martes, mayo 30, 2006

Compañeros de piso , la lacra definitiva.

(f.o. algún día de noviembre 2005)

Lo peor de vivir sin un chus es, sin duda alguna, tener que compartir tu vida con gente, si tienes suerte, gentuza o verdaderos psicópatas de la convivencia.

Remontémonos al primer anuncio que contesté, el de una japonesa alcóholica y folladicta que buscaba a una chica para compartir su cuarto en Finsbury Park, Londres. En una casa de tres pisos junto con dos polacos, un francés y un español que era en realidad el casero, quien tenía alquilada la casa entera y luego cobraba por habitación (Sí, un verdadero hijoputa gonorraico) Al principio no molestaba mucho el hombre, metido en su cuarto como un Hikikomori hijo del router inalámbrico, salía alguna vez para contarme que estaba harto de que Makiko – mi compañera oriental enganchada a una botella de Jameson- cagara en cuclillas porque dejaba siempre un estucado sobre las paredes del váter.

Aquí la vemos poniéndose fina a sangría.

En realidad, no sé cuándo empezó la guerra en esa bendita mansión. Recuerdo que el casero comenzó a poner pos-its verde fosforito por toda la casa. En cada jodido interruptor de la luz te podías encontrar una notita rollo “Apagad cuando os vayáis a dormir” (porque la renta era All Included) , en la tapa del váter un “ Cerradlo cuando acabéis”, etc. El francés y yo comenzamos a dibujar bonitos monigotes en los pos-its con “fuck you” visuales y nos aliamos junto con la japonesa. En definitiva había dos bandos: el nuestro (el bueno, por supuesto) y el del casero y los dos polacos chaqueteros.

Comenzó a afianzarse la propiedad privada en la casa, hasta el punto de que los polacos escribían sus nombres en el papel higiénico que habían comprado. Así que cuando ves marcado con stencil sobre un rollo de papel de váter el nombre de Piotr, te empiezas a acojonar. El bando bueno voló a otro lugar.

Mi segunda casa era una bonita casa que compartíamos cinco chicas en Clapham Common. Las tías eran un absoluto coñazo menos una brasileña que se fumaba los porros doblados y que, sin duda alguna, era la única que conocía el significado de la palabra diversión. Las tres señoras de la casa, que iban para los treinta añazos, nos mandaban ir a fumar al jardín y tenían amigos tope de raros que invitaban a barbacoas de pescado (¿) los domingos por la tarde. Una de ellas era Siria-francesa con figura de jarrón Ming. No conocía polla alguna y estaba enganchada a una agencia matrimonial por Internet. Un día se decidió a quedar con un tipo español que se llamaba Manolo y que había conocido en los chanes. Fueron a cenar rollo formal y la tía vino echando pestes porque al final de la cena Manolo confesó haberse dejado la cartera en casa. Manolo, aún sin conocerlo, se había convertido en un referente para mí, en un verdadero héroe de la picaresca española en los Londones.

Vuelta a España, compartí piso con una menorquina sin ninguna queja que añadir. Aunque el barrio era demasiado multicultural para mi gusto. Abajo podéis ver una bonita estampa étnica de lo que fue la Calle Sant Pere Mes Alt un hermoso domingo de invierno.

El de la mano en el pecho solía vender costo resobado.

Sin duda el peor error fue irme a vivir a una casa más grande donde un amigo, hijo del LSD, tenía una habitación libre. La trampa era que estaba habitada por una alemana zampabollos, novia de este buen hombre. Cuando la glucosa faltaba en su cuerpo el piso se transformaba en el III Reich. Era conveniente que su caja de los tesoros (una caja repleta de donuts con rellenos imposibles y chocolates grasientos que escondía debajo de una mesa) estuviera siempre llena porque si no la Führer renacía en todo su esplendor…

El principal objetivo de esta sujeta era destruir las vías de comunicación que ataban a los miembros de nuestra casa con el exterior y se dedicaba a gritar a su chico cuando estábamos charlando amistosamente con gente en el salón, a unos 30 metros de su habitación, donde ella se iba a dormir puntualmente a las once un viernes noche. O quejarse de que la invitábamos sólo a una raya e irse indignadísima a su cuarto a, decía, leer un libro, probablemente la edición minibolsillo de Ana Frank revisada por el Mariscal Goering.

Compartir casa es en general una mierda, descubres que la gente tiene manías que creías que no existían, ves de cerca el alma podrida y agujereada como un queso gruyere de personas que manipulan tus bragas impunemente mientras se secan en el tendal. Así que, a la espera de que me salga un zulito por 300 euros al mes para mí sola (risas enlatadas, sí), aquí me quedo, intentando sobrevivir junto con seres que dicen ser de mi misma especie, rogando por agua caliente en la ducha y un poquito de seriedad, sí.

¿Podéis dejar de fregar mientras me ducho? Gracias, majos.

2 Comments:

Espectacular relato que he leido con entregada fruición, ¿barbacoas de pescado? Dios mio, ahora entiendo a Rambo cuando decía lo de "comer cosas que harian vomitar a una cabra".

At 1:44 PM, El Gran Chimp said...

jajajajaja (de repente paro de reírme y me da por sentir la tristeza infinita de un universo en muerte constante, cágate lorito)Oh dios... no sabes cómo te entiendo...

Salud.
Alí Bumayé.


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