lunes, noviembre 27, 2006

Pelis de Vietnam (III)

En 1982, el director Ted Kotcheff adaptó a la pantalla el epatante libro “Primera Sangre” de David Morrell. De esta peli se dijeron pocas cosas bonitas. Tuvieron que pasar veinte años, como si prescribiera el delito, para que se convirtiera en peli de culto de esos amigos de la caricatura y de la sangre en general.

Se nos presenta a un pobre muchacho, John Rambo, que sólo quiere reposar un rato, o como mucho zamparse una hamburguarra, en un apacible pueblecito donde el Sheriff, un hombre ignorante y sin corazón, no está dispuesto a dejarle corretear en sus andrajosos ropajes.

Pero… ¿será capaz? Ya hemos caído como los mejores en la trampa de la película: nos hemos posicionado claramente al lado de Rambo. ¿Es que estos cabrones no ven los flashbacks que le asaltan al chico? No, amigos, pero bien se podrían imaginar la marca que le han dejado los Charlys en la piel.

Después de entrampar el monte a base de bien, Rambo parece que sale victorioso de esta primera parte. Ellos aún no saben quién es el muchacho pero, por fin, el Coronel Trautman entra en escena, explicando contra qué se enfrentan y, al mismo tiempo, elevando la película a base de esas frases lapidarias que se quedarían en nuestro inconsciente para siempre.

Hay que decir que, en la novela de Morrell, los personajes no eran tan evidentemente buenos o malos como se presentan en la película. Digamos que el Sheriff Teasle está dotado de muchos más matices. Es interesante su faceta de ex militar que en Acorralado casi no se intuye. Por ejemplo, cuando Teasle aparece como el único superviviente de la carnicería perpetrada por Rambo, el Coronel Trautman se pregunta por qué motivo su muchacho- una máquina de matar- ha dejado con vida al Sheriff. Al examinar el expediente de Teasle, se da cuenta de que éste había prestado servicio en Corea:

Los Pantanos del Chosin fue una de las batallas más famosas que libraron los infantes de marina durante la guerra de Corea. Fue en realidad una retirada, pero tan violenta como cualquier ataque, y les costó treinta y siete mil bajas al enemigo. Y Teasle estaba allí. Tan metido en la lucha como para ganarse la Cruz por Servicios Distinguidos.

Teasle se sintió algo raro al oír la forma en que Trautman se refería a él, como si no estuviera en el mismo lugar que los otros dos, como si estuviera fuera del camión, escuchando, mientras Trautman hablaba sobre él sin pensar que podía estar oyéndole.

− Lo que me gustaría saber − dijo Trautman dirigiéndose a Teasle − es si Rambo estaba al tanto de que usted participó en esa retirada.

Se encogió de hombros.

− La mención y la medalla estaban colgadas de una pared de mi oficina. Las vio. No sé si significaron algo para él.

− Por supuesto que significaron algo para él. Eso es lo que le salvó la vida.


Estos detalles se quedaron fuera de la pantalla, así como los lazos que acaban uniendo a perseguidor y perseguido; dos personas que, jodidas cada una por su parte, tienen que meterse en la piel del otro para adivinar cuál será el siguiente movimiento del contrincante. Todo un mensaje de paz y empatía a cargo de la pluma de Morrell.

He sentido la necesidad imperiosa de daros a conocer su estampa de escritor molón, a vuestra izquierda. No puedo dejar de encontrar, en esta imagen, paralelismos alucinantes con la figura del amigo - ¿tú me quierej, gitana?- Julián Muñoz.

Por el lado de Kotcheff, ya sabemos cómo acaban las cosas en Rambo Town. El desenlace era evidente y esta vez el flashback nos viene a cargo de la boca torcida de Johnny, nuestro Johnny, revelándonos el episodio del bar de Saigón: un monólogo que pasaría a la historia y que tergiversó Santiago Urrialde con su ultra-repetido "no siento las piernas".

Quiero irme a casa - me lo repite una y otra vez - quiero conducir mi Chevrolet.

¡Y no consigo encontrar sus piernas! No encuentro las piernas...

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Fue en 1986 cuando Oliver Stone presentó "Platoon", la primera de la trilogía sobre el tema que ya le tenía obsesionado desde sus años mozos, puesto que él mismo había luchado en Vietnam.

Los críticos cinefagosos hablan de ella como la película más fiel a la guerra en términos de recreación de la batalla, equipamiento y jungla (repleta de mosquitos, sanguijuelas y serpientes).

Sin embargo, no puedes contentar a todo el mundo. En una proyección que Stone organizó exclusivamente para los veteranos de Vietnam, se dieron posiciones encontradas entre aquellos que habían realizado el servicio durante los primeros años de la guerra -quienes manifestaron no haber vivido de esa forma las situaciones expuestas en la película- y los que combatieron durante los últimos años, que confirmaron todas las apreciaciones de Stone, incluídos el tema del fragging y las drogas.

La divergencia de opiniones acerca de lo que significó Vietnam está relacionado con el recrudecimiento de la guerra. Y unos pocos años de diferencia podían implicar batirte entre unas posibilidades mucho más altas de morir, lo que conllevaba el clima de inmoralidad en el que se mueven los soldados de Platoon. Lo expone el mismo Sargento Elías cuando Chris le pregunta si cree, como Burns, en lo que hace, y responde: "en 1965 sí, ahora... no".

Parecido tuvo que ser el sentimiento de nostalgia de tiempos pasados que, en la realidad, oyó explicar Ronnald J. Glasser a un soldado: "Me gustaban más cómo eran las cosas en el 66. Entonces era, más o menos, una guerra entre hombres. Ahora estás tranquilamente sentado y saltas por los aires. Esto no tiene gracia".

El debate de la peli se centra en la visión de dos hombres, Elías y Burns. El primero es un tipo que ayuda a los novatos, tiene principios que aún conserva entre el caos rondante y además comparte humo a través de su M16. Concluimos que Elías es gente maja:


Por otra parte, tenemos a Burns, un personaje al que amamos y odiamos por igual. Cómo no lo vamos a amar en el momento en que llega al grupo de fumetas que están confabulando su muerte y les espeta:

"Estáis fumando esta mierda para huir de la realidad. Yo no necesito esta porquería. Yo soy la realidad. Así ha sido siempre y así será."

La película se engrandece porque detalla situaciones propias de la guerra del Vietnam que no habían sido reveladas antes. Por ejemplo, reflejar la impresión que tenían algunos soldados de ser inmortales, al ver caer a todos los compañeros pero sobrevivir ellos ("Mierda, me han dado. Pensaba que era inmune"), o las trampas que empleaban para que les llevaran al hospital, cuestiones nunca tocadas en las anteriores películas sobre la guerra.

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El desencanto del pelotón en la ya citada “Los chicos de la compañía C”, se transformaría en “La colina de la Hamburguesa” (1987) en rencor y odio hacia todo lo externo a Vietnam, reforzando, al mismo tiempo, los lazos de la unidad. Porque los novatos llegan con malas noticias acerca del recibimiento que brindan los ciudadanos a los combatientes en la guerra; porque algún hippie se estará jodiendo a tu novia, calzando tus pantuflas, pisando tu jardín; porque la prensa habla sin tener ni idea de lo que es vivir y morir en la jungla. Estamos tan solos que más nos vale llevarnos bien entre nosotros, colegas.

Aunque la película se realizara con actores prácticamente desconocidos, es inevitable fijarse en uno de ellos, que está tremendo en su papel de médico (Doc), el motherfuckin nigga Courtney B. Vance.

En la siguiente escena, lo vemos totalmente fuera de sí, al no ser capaz de poner nombre a las bajas, pues la chapa identificativa (la que lucen ahora como adorno esos modernillos-bizarrines que odiamos tanto) ha volado junto con la cabeza de uno de los soldados.

Resaltar también el temazo “We gotta get out of this place” de The Animals, tan bien acoplado en la escena de los helicópteros. Y uno de los mejores diálogos de la película, en el que las ensoñaciones acerca de volver al hogar son interrumpidas por la cruda realidad: es posible que la gente siga igual, pero tú, después de Vietnam, has cambiado.

Finalmente, los chicos tienen como misión hacerse con la colina 937, que se llamaría más tarde, y por razones obvias, la colina de la Hamburguesa, una fiesta de carne picada basada en hechos reales.

El tono, aunque no es efectivamente tan fascistoide como el de nuestro bienhallado John Wayne, tampoco es precisamente de protesta. Y si no escuchen, mis queridos amigos, las razones que aduce el jefe del pelotón ante la inquisitiva prensa y díganme si el gesto de achantado del reportero no les recuerda a alguna peli:


Nada más por el momento. Disfruten de su vida fuera de la jungla, amigos del asfalto.

Próximo capítulo: La chaqueta metálica, Corazones de hierro y Nacido el 4 de Julio.

jueves, noviembre 02, 2006

Pelis de Vietnam (II)

Me siento una pequeña hormiguita ante esta película. No sólo por el resultado sino sabiendo, al menos en parte, cómo se hizo. Lo que quiero decir es que es difícil explicar un diez sobre diez. Quizás podría empezar, me dije, haciendo gala de un estilo dadaísta, qué tal con: “Hoy os voy a hablar de una película que tal vez pocos conozcáis, se llama Apocalipsis Now y me hizo de llorar”, exponiendo, a la vez, mi sensibilidad a flor de piel.

Hay pequeñas verdades en la vida como que a la mano cerrada la llaman puño, que los heavys follan más bien poco y que Apocalipsis Now es un peliculón. Así que poco voy a decir que no se haya dicho ya. Aún así, me he metido en este berenjenal y no puedo hacer más que entusiasmarme.

This is the end, my only friend, the end...

Comienza Apocalipsis Now y lo más increíble es que lo hace a pesar del desorden y el caos que implicó filmarla (238 días con 27 millones de dólares) y montarla (250 horas rodadas).

A Coppola, genio y lúcido, se le fueron las cosas de las manos. Eligió el emplazamiento de las Filipinas para rodarla, lo que dio una sensación de veracidad increíble a la película; daban fe de esto las caras empapadas en sudor de los actores en la jungla, bajo el clima tropical.

El propio director mantuvo también varias reuniones con el Dictador Marcos, quien les proporcionó pilotos y material militar. Las consecuencias de escoger un lugar tan alejado e inhóspito se vieron reflejadas en el presupuesto de producción. Coppola no se cortaba un pelo en cuestión de catering. A veces se hacía traer víveres para sus - de todo menos frugales - ágapes directamente desde América hasta una casa que se había hecho construir dentro de un volcán inactivo, al que sólo se podía acceder en helicóptero.

A lo Hitchcock: Director, director de fotografía y diseñador de producción.

Grande de grandes. La situación comenzó a complicarse cuando desde Estados Unidos empezaron a pedir explicaciones. Mientras, en Filipinas se sumergían entre un montón de metros rodados pero apenas diez minutos salvables para el montaje. Una combinación de drogas, casas de masajes, tifones y unos actores que eran de todo menos “buenos chicos”, hicieron dogma la tan mítica frase de Coppola: “Apocalipsis Now no es una película sobre el Vietnam, es Vietnam”.

La escena inicial, en la que Willard está “esperando una misión”, tenemos en realidad a un Martin Sheen que llegaba de USA con graves problemas de alcoholismo Y que de hecho se quebró realmente la mano al chocar contra el espejo. Al “corten” de Coppola, Sheen replicó que quería explorar ese dolor.

El papel les chupó la sangre a la mayoría de los actores, llevándolos a límites interpretativos conseguidos también gracias a la libertad que daba el director, con la ausencia de marcas y un guión flexible, que logró una mayor espontaneidad.

Realmente, la primera de las escenas que se rodaron fue la patrullera de Willard, que introduce la escena más logísticamente imposible de la vida como director de Coppola, el ataque de la caballería aérea de Kilgore.

Mientras a Clean (el adolescente de 14 años, Lawrence Fishburne) los bombardeos masivos, dice, le chupan el aire de los pulmones, a Kilgore le da la pura vida el NAPALM mañanero. Megáfono en mano, restaura un orden californiano en medio del desorden oriental.

El Coronel Kilgore es un personaje del que se pueden sentir muy orgullosos ambos, Robert Duval y Milius (co-guionista) que ya había transmitido en “El gran miércoles”, la elevación del surf como modus vivendi. En esta película hay también unas cuantas escenas referentes al reclutamiento forzoso de unos muchachos que eran arrancados de aquella bondadosa tierra americana, y las ridículas y locas tácticas que se vieron obligados a emplear para escaparse de ella: unas filas interminables de jóvenes con falsas piernas rotas, simulaciones esquizoides y ultramaricas que pretendían salvarse de ir a la guerra.

Así que Kilgore podría simbolizar la demencia triunfante en Vietnam. Si nos joden, hacemos surf sobre sus olas, si se esconden en sus madrigueras, nosotros esparcimos las cartas de la muerte para que sepan quién ha pasado por aquí y que nos vean venir, big guts, con La cabalgata de las Valkirias resonando sobre sus aldeas. Es la locura del superviviente, porque está por encima de todo peligro.

Continúa el viaje a lo largo del río. Y la lectura de los dossiers entregados a Willard, mientras a él le caen gotas de sudor, al sentirse tan profundamente atraído por la figura de Kurtz. ¿De verdad quieren matar a este hombre?

“No hay que salir nunca de la lancha”. Llega un momento de diversión artificial: el espectáculo de las conejitas de Playboy a ritmo de Suzie Q. Poco más que una paja interrumpida cuando las chicas tienen que abandonar la plataforma en el bunny-chopper, acosadas por los soldados. (Redux)

Parece que los habitantes de la patrullera tienen un respiro fugaz, la suerte de encontrar la estación abandonada y el trato combustible-playmates, da paso a unas tragicómicas escenas, con Chef tratando de recrear su propio póster de Miss Diciembre y un Lance impregnado de ácido que hace caso omiso a la triste y patética historia que le cuenta la playmate del año. Mientras, la cámara subjetiva sólo tiene ojos para sus tetas. Como siempre, la realidad se impone, con el cadáver que cae pálido y tieso sobre el suelo. (Rx)

Ya de vuelta al río, se encuentran un sampán en apariencia inofensivo que transporta víveres. Pero el dedo en el gatillo de la metralleta de Clean se mueve rápido, a un movimiento sospechoso. Chief, que sigue los preceptos militares al pie de la letra, quiere llevar a la chica, que aún parece viva, a un hospital. A golpe de pistola, Willard acaba con los trámites ridículos de una guerra en la que se mata indiscriminadamente, para luego poner parches de falsa moralidad sobre los casi-muertos.

La última puerta, el Puente de Do Long, es el sindios donde unos soldados luchan sin ningún tipo de mando contra la única voz, la de un Charly que resuena a lo lejos. Una vez recogidas las últimas instrucciones sobre la “eliminación” de Kurtz, la patrullera continúa la navegación más allá del puente.

Lance y su Purple Haze

Tras la perdida del joven Clean en una emboscada, nos encontramos con la escena de la plantación francesa, de la que Coppola prescindió en la primera versión por considerar que la interpretación de los actores franceses no estaba a la altura. De hecho, se enfadó bastante en un principio: “Vamos a hacer como que esto nunca hubiera existido”, dijo después de verla, por todo el cuidado y dinero que se había puesto en la recreación de las escenas.

Los fantasmas del antiguo esplendor colonial, entierran a Clean junto al resto de la tripulación, con los honores de una raída bandera norteamericana. Como anécdota, el rodaje de la cena se filmó con luz natural, siguiendo el movimiento del sol al anochecer.

Están llegando al final del río y Willard siente que la atmósfera es diferente. No hay sitio en el templo de Kurtz para Chief, que muere atravesado por una lanza, mientras intenta ahogar a Willard, a quien lleva culpando durante todo el viaje de la kamikace misión que ahora ha acabado con su propia vida.

Les recibe un fotógrafo tarado que extiende los brazos en señal de bienvenida. Este personaje se escribió basándose en uno real: el hijo de Errol Flynn, que había sido fotógrafo en Vietnam y al parecer se había perdido por los más remotos lugares de Oriente. Interpretado por Dennis Hopper, quien afirmó no recordar nada ni del rodaje de Apocalipsis Now ni de los dos años posteriores a éste, el personaje se pierde en diálogos sin sentido, admirando sin restricciones a Kurtz, que aún no ha aparecido, aunque su leyenda sigue magnificándose.

Para la construcción del templo, morada de Kurtz y fin del viaje, se utilizaron, como bonito y macabro atrezzo, las cabezas cortadas de muertos ficticios, puesto que eran, en realidad, las de unos figurantes que se pasaron horas con el cuerpo bajo tierra, sudando tinta.

Fue tal la “pasión” que puso en el templo Dean Tavoularis, el diseñador de producción, que incluso dormía en el mismo, con todo un montón de material real –humano– que se agolpaba en la entrada, atrayendo insectos, gusanos y ratas. Siguiendo con la demencia habitual, se cuenta una anécdota que afirma que el diseñador de producción compró varios cadáveres a uno de los nativos y luego los habría conservado en formol. LOL!

En realidad, cuando Marlon Brando apareció en Filipinas cebado como un cerdo, a Coppola, ya bastante nervioso por la resolución de la película, casi le da un ataque al corazón. Para mayor desesperación del director, Brando confesó que ni siquiera se había leído el libro “El corazón de las tinieblas”, sobre el cual había basado la película. Así que el propio Coppola le leyó el libro a Brando, en voz alta, como a los niños, mientras discutían sobre cómo reescribir el guión. De todas formas, el precio de divo que se cobraba Brando mereció la pena. Fue él mismo quien dio las claves para la resolución de su personaje y, al fin y al cabo, del propio final de la película. Muchos de los monólogos de Kurtz se quedaron fuera del montaje, aunque Coppola introdujo uno de ellos en la versión del Redux, un discurso más político donde Kurtz pone en evidencia la hipocresía americana en Vietnam.

Esta película es un desastre de 20 millones de dólares, ¿por qué nadie me cree? ¡Creo que me voy a pegar un tiro! (Coppola en Heart of Darkness)

La desmoralización marcó a Coppola durante todo el film. Sus problemas empezaban con que su propio capital estaba en juego, además de un crédito que había pedido, sobrepasando el presupuesto inicial; el cambio de actor principal (se despidió a Harvey Keitel para el papel de Willard a última hora y ya en Filipinas); el ataque cardíaco que le dio a Martin Sheen en mitad de la película; un terremoto, el tifón que arrasó con los decorados y, además, las desapariciones de helicópteros a merced del gobierno filipino, que los necesitaba para luchar contra los rebeldes del sur. Las discusiones con el guionista Milius eran también constantes, puesto que este último se quería ceñir más a la obra de Joseph Conrad y establecer un paralelismo con la Odisea que podía fracturar la historia. Todo el conjunto era más que suficiente para volver a alguien rematadamente loco.

Finalmente, ante las críticas recibidas desde la prensa americana, que tachaban el proyecto de auténtico desastre, Coppola presentó la primera versión en Cannes en 1979, dándose prisa en el montaje. Sobre el Redux los críticos han hablado mucho, aunque personalmente creo que es envidiable que se pueda rehacer una obra tantos años después y Coppola tenía material de sobra para hacer no una nueva versión, sino varias.

Bueno, amiguitos, nos despedimos con este vídeo, un fragmento del documental que realizó Eleanor Coppola sobre cómo se hizo Apocalypse Now. Si pasan directamente al final, verán al prepúber Lawrence Fishburne totalmente fumado. Desde aquí se te ama, Lawrence, canelita en rama que eras, eh.

Próximo capítulo: Rambo, Platoon y La Colina de la Hamburguesa.