Acabo de ver algo en la tele que me ha llegado muy hondo. Quizás sea una de esas típicas cosas que parece que sólo has visto tú – y tu amigo invisible, Nicolasito- porque nadie habla de ellas más tarde, como me pasó con el complot de las camisetas naranjas en el mítico último programa de Crónicas Marcianas o el anuncio del lipstick que camufla herpes labiales. Vamos, que a mí este tipo de mierdas son las que me impresionan.
Estábamos cenando y una mano amiga tuvo el detalle de apropiarse del mando y, apretando el número cinco con desenvoltura, nos hizo descender a todos al más grotesco infierno de la España Cañí: la serie Aída. No voy a ponerme a decir obviedades que todos conocemos sobre ésta, lo que realmente me llamó la atención fue el uso y abuso de chistes burdos de enanos. Aquello era una auténtica pasada, me hizo pensar sinceramente si alguno de los guionistas no habría sido violado en grupo por una caterva de enanos acondroplásicos sedientos de culo y aún tenía el trauma tan adentro que su única manera de sacarlo de allí era empleando su pluma demente contra estas personas que viven con esta graciosa tara.
Así que, sirviéndose de un actor enano, todos los personajes habituales de la serie, no sólo los que calzaban el estereotipo de malotes-canallas, no, amigos; también el resto de estereotipos facilotes que se marcan los guionistas y hasta la propia Aída iban escupiendo enfrente del enano chistes pésimos sobre su estatura. Y no soy precisamente la abanderada de lo políticamente correcto pero a mí se me iba rompiendo el corazón a cada gracieta - “pero mira, si parece que lo sacaron de un futbolín” sic. –, llegando a contar veinte chistes de este tipo, sin tan siquiera acabar de ver la serie. Y me preguntaba qué habría pasado si, en vez de un enano, el personaje hubiera sido un hombre con síndrome de down o con la cara quemada. Sin maquillaje y sin actuar, claro, porque al fin y al cabo el enano era un enano de verdad, no hicieron una recreación como hacía Milikito en sus buenos tiempos.
Me imaginaba que “El Luisma” lo miraría y diría: “Mira el retarded cómo se baba, qué risa”, o Aída le quitaría la máscara al hombre que se quemó en un accidente la cara y exclamaría audaz: “¡Pero si parece Freddy Crugger! Ay, es que me despollo viva.”
En ese caso, al día siguiente de la emisión, en Telecinco estarían nadando en denuncias de mil asociaciones distintas. Pero con enanos no, los enanos están ahí para que te rías, coño, que tantos monarcas no podían estar equivocados.
Al momento de ver esta granputabasura recordé una escena de “Vivir rodando”. Están grabando la secuencia del sueño y el actor, que es enano y también tiene muy mala hostia, se rebela ante la petición del director de que lance una carcajada al final de la escena. Éste es el momento clímax. Sus sentencias tan llenas de razón son como una cagada en la boca de mismísimo David Lynch. Imprescindible.
Menos mal que hay gente que entiende las cosas a la primera. Por cierto, si no habéis visto esta película ya estáis tardando, que es caviar número uno, amiguitos.