miércoles, junio 28, 2006

Animals rule!

Quién, en esos momentos en que te vas a limpiar el culo y alguien ha acabado con el papel de váter, en esas tardes lluviosas de verano cuando decides ponerte con Kant en su idioma original y repites Ding an sich, Ding an sich mientras te mueves izquierda-izquierda, derecha-derecha, adelante y atrás como en una demencial Yenka inútil; quién no ha sentido esa mano sobadora en el metro que se desliza entre los mullidos culos hasta tocar el tuyo y se queda ahí hasta la próxima parada; quién, en esos instantes en los que sientes que ya todo esta perdido, no tiene esa necesidad vital, esa fuerza estomacal que sube desde el mismo intestino grueso para gritar: ¡ME CAGO EN LA PUTA RAZA HUMANA Y TODOS SUS MUERTOS!

Y acabas mirando a cuánto están las granjas en un pueblecito perdido de Francia, repasando el manifiesto de Unabomber mientras asientes ¡cuánta razón tiene el chaval!, haces cálculos sobre los víveres que necesitarías en ese islote al que has llegado dándole caña al zoom del Google Earth donde estás segura que ningún tontopolla ha pisado el paraíso de arenas inmaculadas. O, quizás, la otra alternativa, es irte a vivir con los otros animales, bien lejos, como ha hecho Timothy Treadwell, una mezcla entre Félix Rodríguez de la Fuente y Pocholo Martínez Bordiú, y al que he visto en la película Grizzly Man un día de la semana pasada.

El director, Werner Herzog, retrata a este ser humano tan especialmente zumbado que se va a vivir con su almeja gemela a lo de los osos feroces. De ambos sólo quedaron unos trozos a medio masticar en la barriguita de uno de estos animales tan majos ellos. Según él, estaba ahí para protegerlos, pero da la impresión que Timothy está huyendo de algo, quizás de un mal viaje o de una vida algo confusa. Se puede suponer que cuando vas por la vida tocándole el hocico a un animal de tres metros de altura y cuyas luchas entre sí la verdad es que dan bastante respeto, lo más probable es que no llegues a viejo.

Aunque, lejos de ser un dramón, como el personaje de por sí ya es hilarante (con sus rabietas hacia la dirección de la reserva nacional porque no le dejan acercarse a los osos y hacia los propios animales pues él los ama como nadie, o al menos eso repite una y otra vez hasta la saciedad -"Te amo, abejita. Te amo, Zorrito. Te amo, señor oso, los amo, los amo- y obviamente no recibe ningún tipo de feedback) el documento, que lo forman las mismas imágenes de vídeo que Timothy grabó durante trece veranos, más las investigaciones del director, te hacen reír o, como mínimo, te dejan con la boca abierta.

A la izquierda, visión de Timothy Treadwell sobre los osos después de muchos ácidos.
A la derecha, la jodida realidad.

Herzog, cuya voz en off se escucha durante la película, sentencia: “Él parecía ignorar el hecho de que allí, en la naturaleza, hay depredadores. Creo que el denominador común del Universo no es la armonía sino caos, hostilidad y asesinato”, pero Timothy está demasiado encauzado hacia la muerte, no es que sea ecologista, es que los osos le han dado la razón de ser, la huida de sí mismo. Empiezas a entender su historia y qué lo llevó a cruzar el límite, cuando un plano acoge en toda su magnitud a sus padres sentados en el sofá de su casa. Él, con una banderita estática de las barras y estrellas, ella, abrazada a un oso de peluche rancio y despeinado. El mejor personaje, un secundario en esta historia que encuentra los restos de los cadáveres de Timothy y su novia, es piloto y su nombre es Willy, se despide entonando una canción country, sobrevolando las verdes praderas de Katmai, mientras su espeso bigote se mueve arriba y abajo: hoodi hoo di yip hoo di yip hoo…

También mucho hoodi hoo para vosotros, amigos.

sábado, junio 10, 2006

Gente maja del mundo: Los Minutemen

Los Minutemen son voluntarios estadounidenses que guardan la frontera con México. Uno de sus proyectos es construir una doble valla para proteger su país, ya que el gobierno federal parece ignorar este grave problema que sufren los americanos de la frontera. Pero este grupo de vigilantes no va a esperar a que les den carta blanca desde Washington y ya están construyendo dicha cerca en Palominas, Arizona, con el permiso de seis terratenientes.


Y es que no importa cuánta seguridad haya, siempre habrá alguien que se logre colar enfrente de las mísmisimas narices de Bush, como se puede apreciar en este vídeo.

Obviamente, estos buenos hombres de paz han recibido duras críticas, se les ha acusado principalmente de ser bastante fascistas y hasta un pelín racistas. Por esto se ha unido a la causa el político-rastafari Ted Hayes, dejando bien claro que la black people está representada fuertemente en este grupo de valientes ciudadanos.

No todo va a ser mal rollo en la frontera, amiguitos, los Minutemen son gente afable y distendida, con mucho sentido del humor. Una de las anécdotas más simpáticas ocurrió cuando convencieron a un inmigrante ilegal de 25 años que habían pillado de marrón intentando pasar a EEUU de que se pusiera una camiseta conmemorativa del evento en la que se lee: "Bryan Barton caught me crossing the border and all I got was this lousy T-shirt." Es decir: Bryan Barton (el minuteman que capturó al inmigrante-malandrín) me pilló cruzando la frontera y la única recompensa es esta miserable camiseta.

¡Bien! Ya sabemos cómo se las gasta esta gente tan genial pero ahora os preguntaréis: ¿puedo formar parte de su pandi? ¡Pagaré lo que sea! Bueno, amigos, tranquilizaos, aquí podéis rellenar el formulario para ser un voluntario de la frontera en cualquiera de los siguientes estados: Arizona, Nuevo México, Texas, California, Michigan, Vermont y Minnesota. Así que si os encontráis allí y estáis un poco hartos de que se os llene el país de morralla extranjera, no dudéis en apuntaros en este filantrópico proyecto y, por favor, apuntad si tenéis una habilidad especial, sobre todo si es del tipo militar, como la de uno de los integrantes del grupo, que podéis ver en acción aquí abajo.




sábado, junio 03, 2006

Búsqueda de piso (II)

El otro día fui a ver un estudio en Sants, se suponía que era un chollazo porque el que dejaba el piso me había avisado. Tenía que llamar al Señor Navarro para concertar una cita. Llegué tarde y corriendo, me pasé el portal y una mole vestida con unos trapos con motivos florales me gritó si era yo la que venía a ver el estudio. Me quedé alucinando pepinillos con la estampa sobizarra: la mujer, que debía tener unos sesenta años se movía lentamente, paquidérmica y sudorosa, llevaba unas gafas outdoor blancas, las uñas largas y rojas y mascullaba todo el rato que ella no tenía que estar trabajando.

Parecido razonable, sin traje de wonder woman.

En el minúsculo ascensor en el que casi no cabíamos las dos, vuelve a repetir que ella no debería estar ahí, ya debe ser la quinta vez que lo dice así que le pregunto que qué le pasa. Sin pensárselo dos veces, se quitó la peluca que llevaba puesta, como si se quitara un sombrero y se quedó toda calva a dos milímetros de mí mientras finalizaba la conversación con dos palabras: Quimio, cáncer.

Al bajar a la calle se volvió a poner la peluca, “la verdad es que me pica horrores”, comentó. A mí sólo se me ocurrió decir que realmente parecía pelo natural. Como había venido en coche, y si todo estaba bien, podía ir a ver al Señor Navarro para concretar pagos y demás. Se ofreció a llevarme y le dije que de acuerdo, aquel viaje iba a ser impagable.

Oiga, y por qué no se toma unas vacaciones.

Porque no puedo, hija, el Señor Navarro es un poco cabrón.

Mientras hablábamos, ella iba pitando a casi todos los coches que se le ponían en su camino. Yo no me podía imaginar qué clase de monstruo sería el Sire Navarro, que tenía trabajando a una cancerosa que se te quedaba enfrente en plan caracono sin previo aviso.

Después de una bonita conversación sobre la quimioterapia, Rocío Jurado y otras historias varias, llegamos a paso de tortuga al despacho del señor Navarro. Aquello era como una administración de fincas del Congo, había niggas, niños llorando sin vacuna de la polio, papeles por todos lados y ventiladores del año de Maricastaña.

Sí, es que el Sr. Navarro no quiere poner aire acondicionado, no se vaya arruinar el hijoputa, apuntó mi bienamada musa. Y, entonces, llegó el hombre. Me lo imaginé inmediatamente en un puticlub, diciéndole a la camarera “Ay, qué rica estás”, llevaba las uñas largas y podridas como si fuera a acompañar a la guitarra a Falete y esto fue lo que ocurrió:

- Vaya, vaya (mojándose los labios), me han dicho que eres de Gijón… ¡Pues menuda putada me hicieron unas GUARRAS de Gijón!

- Errh, ¿guarras?

- Sí, espera que te lo voy a enseñar.

Regresó al minuto con un dossier de fotos donde salía el interior de una casa por donde parecía que hubiera pasado el Katrina, había pegotes por las paredes (de un color extrañamente marrón) y bolsas de basura esparcidas por el suelo.

- Vaya, pues sí… ¿seguro que no eran de Oviedo? Jeje. – digo para romper el hielo un poco.

- No, no, eran de Gijón, como tú. – Contesta tajante, y de repente se le cambia la cara y esboza una sonrisa, a lo borderline.

- Pero tú… pareces maja, sí señor, me gustas. ¿Has visto la terracita que tienes para tomar el sol, eh? Que te irá bien porque con lo blanca que estás, hija…

Entonces es cuando entramos en materia, me pide casi dos mil leuros para empezar. “Nada, mujer, se lo pides a tu padre.” ¿A mi padre?- pienso- ¡Pero si mi padre es comunista! ¡Si mi viejo no juega a la lotería porque dice que es inmoral! El Señor Navarro me pone una mano en el hombro, añadiendo: “Pero si además eres muy guapa, mira qué guapa eres.” La atmósfera es asfixiante, ¿qué quiere decir? ¿me lo dice como un simple halago porque lleva viendo todo el día a sudacas culonas con sus hijos a cuestas y mi imagen de “chica maja” le resulta refrescante? ¿o hay una negociación invisible para ahorrarme el pago del depósito? Imágenes de la polla del Sr. Navarro corren por mi cabeza, requesón de dos días en la punta… me empiezo a marear y se me sube la bilis a la garganta.

- Oiga, me encuentro un poco mal, ya llamo mañana para decirle si he conseguido el dinero.

Al salir de allí ni siquiera sé dónde estoy porque después de las vueltas en coche estoy totalmente perdida. Empiezo a caminar y llego a un pequeño estadio de fútbol. La gente es jodidamente extraña en esa zona de la ciudad, dudas si es que han sufrido un Chernobil o qué coño ha pasado. Tengo miedo de preguntar dónde está el metro y que se rían en mi cara, después de media hora de caminata aparezco extrañamente en Plaza España.


¿Radio taxi? Oiga, mándeme uno a Sants que tengo las piernas cansadas.

Sigo andando hacia el centro, las caras guapas empiezan a aumentar a cada paso. Guiris sonrosadas que se toman sus sangrías a quince euros sin importarles nada. Qué envidia malsana. Aún así me apetece advertirles, gritarles mientras señalo hacia la dirección opuesta de las risas extranjeras: ¡Vengo de la zona muerta! ¡No vayáis hacia allí, es el submundo, es una ciénaga humana, amigos!