Quién, en esos momentos en que te vas a limpiar el culo y alguien ha acabado con el papel de váter, en esas tardes lluviosas de verano cuando decides ponerte con Kant en su idioma original y repites Ding an sich, Ding an sich mientras te mueves izquierda-izquierda, derecha-derecha, adelante y atrás como en una demencial Yenka inútil; quién no ha sentido esa mano sobadora en el metro que se desliza entre los mullidos culos hasta tocar el tuyo y se queda ahí hasta la próxima parada; quién, en esos instantes en los que sientes que ya todo esta perdido, no tiene esa necesidad vital, esa fuerza estomacal que sube desde el mismo intestino grueso para gritar: ¡ME CAGO EN LA PUTA RAZA HUMANA Y TODOS SUS MUERTOS!

El director, Werner Herzog, retrata a este ser humano tan especialmente zumbado que se va a vivir con su almeja gemela a lo de los osos feroces. De ambos sólo quedaron unos trozos a medio masticar en la barriguita de uno de estos animales tan majos ellos. Según él, estaba ahí para protegerlos, pero da la impresión que Timothy está huyendo de algo, quizás de un mal viaje o de una vida algo confusa. Se puede suponer que cuando vas por la vida tocándole el hocico a un animal de tres metros de altura y cuyas luchas entre sí la verdad es que dan bastante respeto, lo más probable es que no llegues a viejo.

A la derecha, la jodida realidad.
Herzog, cuya voz en off se escucha durante la película, sentencia: “Él parecía ignorar el hecho de que allí, en la naturaleza, hay depredadores. Creo que el denominador común del Universo no es la armonía sino caos, hostilidad y asesinato”, pero Timothy está demasiado encauzado hacia la muerte, no es que sea ecologista, es que los osos le han dado la razón de ser, la huida de sí mismo. Empiezas a entender su historia y qué lo llevó a cruzar el límite, cuando un plano acoge en toda su magnitud a sus padres sentados en el sofá de su casa. Él, con una banderita estática de las barras y estrellas, ella, abrazada a un oso de peluche rancio y despeinado. El mejor personaje, un secundario en esta historia que encuentra los restos de los cadáveres de Timothy y su novia, es piloto y su nombre es Willy, se despide entonando una canción country, sobrevolando las verdes praderas de Katmai, mientras su espeso bigote se mueve arriba y abajo: hoodi hoo di yip hoo di yip hoo…