Atrás quedaron los años de las nanas que me cantaba mi madre: “Duerme, duerme negrito que tu ma-ma está en el campo”. Y, dentro de esta misma línea bostaprogre, “los vietnamitas son pequeñitos, son pequeñitos, son pequeñitos… pero con unos corazones así de grandes así, así”. Aquí hacía un gesto con las manos para engrandecer lo que había sido la humanidad del Vietcong mientras yo hundía mi cabeza en la almohada y caía en un sueño plácido, pues sabía que los comunistas velaban por mí y por el mundo en general.
A los catorce años me introdujeron sutilmente en el pequeño universo de la locura que había generado la guerra de Vietnam entre sus combatientes. Ocurrió de una forma extraña, en la UVI infantil del hospital, donde me encontraba convaleciente de una meningitis. Aunque veía doble, el bueno del doctor Casimiro trajo una tele para que viera Toy Story. Cuando acabó, me preguntó qué actor me gustaba más de entre los que pegaban fuerte por entonces, si Brad Pitt o Leonardo Dicaprio. Yo le dije que ninguno de ésos, que a mí me gustaba Robert De Niro. No conocía más que su trabajo en Novecento, que me puso mi madre en el vídeo a los 10 añitos para que me percatara de lo malosos que eran los fascistas y tal, pero por lo que vi, sabía que no servía como bullicio uterino para niñatas. Pensaba que aquello impresionaría a Casimiro y, sin embargo, sólo se quedó parado un instante y sonrió.
Al día siguiente, el cabrón de Casimiro me enfuchó un vhs de Taxi Driver que, supongo, se habría traído de su casa. Un deficiente mental de 13 años con una sonda en el cerebro y una niña de cinco con las tripas fuera debido a un accidente con un camión, compartían la voz en off de Travis y los tiros. No entendí nada. Aquella mierda no iba de fascistas ni de comunistas, ni nada que pudieran explicar unos padres progres-exhippies. Me acojoné. Pero les dije a mis progenitores que trajeran los bombones más caros de la ciudad para el doctor. Dios te bendiga, Casimiro.
Partiendo de ahí, he ido conociendo diversas historias y ninguna me ha dejado indiferente. El por qué esta guerra y no otra han dejado un número sin par de brillantes joyas para nuestras córneas delicatessen y oídos acostumbrados a casi todo tipo de salvajadas, no es difícil dilucidar que, además del extenso material disponible, tiene mucho que ver con que era la primera vez que la potencia mundial, tan vencedora hasta entonces, se encontraba con las primeras derrotas asiáticas. La última fue al menos aprovechada, sobre todo durante las décadas de los 70 y 80, por grandes mentes que reunieron a los mejores en sus respectivos campos. En torno a las batutas de Kubrick, Oliver Stone, Coppola o Brian de Palma, Vietnam pasaba a la historia en forma de séptimo arte. Vieron en el conflicto un filón increíble; no era para menos…
“Te diré por qué sonrío, pero te hará volverte loco” un marine del Cuerpo Táctico 1.
Estados Unidos se acerca por primera vez a este pequeño país desde la soberbia, mandando antiguallas, aviones que habían servido en la Segunda Guerra Mundial, pensando que aquellos ínfimos esfuerzos acabarían con esos pequeños chinorris que, en fin, debían estar algo pirados porque iban en pijama por la calle.
Mientras la guerra se iba recrudeciendo, iban llegando jóvenes que disfrutaban del American way of life en su punto más álgido. Arrancados de sus hogares hacia esa tierra en el culo del fuckin fin del mundo, se marcaban un doble tripi: uno, obligatorio en el avión y, el otro, a elegir o mezclar entre el abrazo de la heroína calmosa, la mariguana, o sencillamente pasar to the other side de la mano del siempre amigo LSD.
Era la primera vez que las drogas jugaban un papel tan fundamental en la vida de muchos de los soldados. No era extraño que algún muchacho traspasara ese umbral hacia otro mundo indescriptible y, habiendo mandado a su novia en EEUU la oreja de un vietcong, se preguntara por qué ésta había dejado de escribirle.
“Conocí una vez a un coronel que tenía un plan para acortar la guerra echando pirañas en los arrozales del norte. Hablaba de peces pero sus ojos estaban llenos de megamuerte” Herr, Despachos de guerra.
Dentro de este paisaje humano fuera de lo común, no era difícil que el mando – cuando lo había – sucumbiera al encanto de la demencia. De alguna forma, era también una manera de sobrevivir. El soldado raso podía tener suerte y encontrarse con un pirado de ideas pantagruélicas como la de arriba pero que, al mismo tiempo, era capaz cuidar de sus chicos por la experiencia que tenía en territorio vietnamita. Menos afortunado era el que se topaba con un teniente, recién salido de West Point, quien imponía ridículas normas académicas que de poco servían en la jungla. Como, por ejemplo, obligar a vestir el uniforme reglamentario o salir en busca de Charlie en un arrebato de heroicidad recién aprendida. Muchas veces, los subordinados no acataban esas normas porque… se repetía, “¿qué van a hacerme si no…? ¿mandarme a Vietnam?” En otros casos más extremos, se llegaba a eliminar a esta persona que ponía en peligro las vidas de la unidad, si tenía una conducta temeraria originada por la completa ignorancia de lo que significaba la verdadera batalla en Vietnam. Así que, para salvar los propios culos, mediante el llamado “fragging”, iban cayendo oficiales.
A golpe de Zippo y gasolina, se alivia la tensión tras un duro día.
"Sí, claro, los negros no obtienen ascensos con la facilidad de los blancos. Tampoco la casa IBM les asciende, ¿verdad que no?” citado en 365 días, de Ronald J. Glasser
Es cierto que negros e hispanos cayeron en mayor proporción que los rubios, trampas y emboscadas para los hermanos niggas. Porque no nos engañemos, la convivencia igualitaria entre negros y blancos sólo sucede en algún anuncio descabellado de Benetton y en los pianos, donde conviven en armonía las teclas interraciales.
Luchar juntos era fácil, porque les unía un enemigo común. Pero en la espera, llegaban desde casa noticias desesperanzadoras, como el asesinato de Martin Luther King y en la Red de Emisoras de las Fuerzas Armadas seguían silenciando la música de aquéllos que no eran considerados como el prototipo del buen negro.
“Jimmy Hendrix sí que sabía de qué iba el rollo”
De Charlies y Dinks
Qué jodienda debía suponer disparar al vacío, buscar a alguien invisible para seguir vivo un día más. Explica Herr cómo se encontró con ese odio exacerbado hacia los amarillos, cuando un coronel le explica por qué se comenzó a usar el nombre de “Dinks” para designar a los, hasta ese momento, “Charlies”:
Apuesto a que usted siempre se preguntó por qué les llamamos Dinks en esta parte del país. Lo inventé yo. Le explicaré, a mí nunca me gustó que les llamasen Charlie, bueno, yo tenía un tío que se llamaba Charlie, y me caía muy bien, la verdad. No, Charlie era demasiado bueno para esos cabroncetes. Así que me puse a pensar y me dije, ¿a qué se parecen en realidad? Y se me ocurrió Rinky-Dink. Les va perfectamente. Rinky Dink. Pero era demasiado largo, así que lo acortamos un poco. Y por eso les llamamos Dinks.
¿Es Photoshop?
No, es el horror
“Ain't no use in going home; Jody's got your girl and gone. Ain't no use in feeling blue; Jody's got your sister, too. Ain't no use in lookin' back; Jody's got your Cadillac...” Canción militar
Habiendo sobrevivido – caerán mil a tu lado, diez mil a tu derecha, no caerás tú – aún les esperaba la dura vuelta a casa. Había más bolsas de cadáveres y vergüenza que desfiles y flores. También estaban aquellos que, decían, sólamente tenían lágrimas para los vietnamitas muertos, así que los muchachos que habían mandado, recibían muchas veces espaldas en vez de brazos. Todavía hoy se mira con recelo a esos extraños veteranos ...
Respétalo, él estuvo allí.